Cuaderno de bitácora

Último día del mes de octubre. Noviembre llega casi sin esperarlo. Otro mes que se adelanta por la prisa con la que vivimos. Luna llena. Llenísima. Que poco miedo siento en estas noches. Que intranquila me siento, a pesar de esa luz incandescente que ilumina mi casa. Se fue el levante y el poniente; se fue viento para llenarlo todo de gente, de ruido y de obligaciones. Los turistas llegan para robarnos el tiempo que les debemos, por vivir nosotros tan bien y ellos tan mal. De alguna forma había que compensar esta balanza. 

Olas: de izquierdas, de derechas, con la marea llena y vacía. Euforia, éxtasis y orgasmos oceánicos. Fuegos artificiales estallando en mi rápido corazón. 

Sol. Cuanto lo había echado de menos. Es un regalo pasearme en bañador por la playa a estas alturas del otoño. Sentir la piel caliente derrochando vitamina D y cerrar los ojitos ante su luz cegadora. Mi querido sol, que antaño fue el tesoro que me esperaba tras la aventura de salir en su búsqueda, y hoy disfruto del botín con gusto después de haberlo encontrado. 

Y ya. Ya no hay más. Lo demás es pura morralla. ¿Y que es lo demás? Todas las banalidades que suceden mientras amanece, mientas rompe una izquierda interminable, mientras el cielo se tiñe de violeta al atardecer, mientas el sol calienta la piel o mientras la luna se convierte en faro.

Fin del día. Fin de un día en el que todo lo que debería de haberme hecho feliz no lo ha hecho, y sin embargo las cosas más pequeñas me llenaron el alma para acabar el día con una sonrisa gigante. 

Ole el sol, ole el mar, ole el dios del océano, de los rayos y de las centellas. Ole la madre naturaleza y la madre que la parió a ella también. Ole la vida, así como es de puta. Y ole nosotros, que seguimos vivos y tenemos la consciencia de no dejar pasar ni una. 

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