Remedios

Un día le conté al ChatGPT como era yo y le invité a ubicarme en una época del mundo y sin dudar me contestó que yo debería de haber nacido en el paleolítico temprano, osease, hace más de dos millones de años. “Por supuesto que si querida Remedios” (así se llama mi ChatGPT) porque en esa época el ser humano vivía en pequeños grupos, no existía la preocupación por la apariencia, no existía la comparación, no existía el estrés, ni la ansiedad, ni la obesidad, ni la diabetes. Cazar, recolectar, descansar y protegerse, ya está.

Hoy el día, las comunidades de deshacen como mantequilla, somos los espectadores de una obra teatral en la que observamos como se erosiona todo lo que alguna vez nos sostuvo sin hacer nada. Estamos convencidos de que la autosuficiencia es sinónimo de fortaleza y, permítanme que lo ponga en duda señores, cuando hoy en día el suicidio es una de las causas de muerte más frecuentes en nuestro mundo con 700.000 suicidios al año, siendo la soledad una de las causas más recurrentes. ¡Iros todos a la mierda! No los que os suicidáis, sino los que fomentáis el individualismo y seguís creyendo que solos estáis mejores, ¿en serio?

Hemos decidido cambiar el esfuerzo por comodidad, la escucha por la prisa, la presencia por pantallas. ¿Esperabais de verdad tener así relaciones fructíferas? Evidentemente no, porque sostener a otro implica demorarse, ceder y saberse vulnerable, y eso está prohibido en nuestra sociedad actual. Las relaciones de pareja se han vuelto un terreno hostil y resbaladizo, porque solo miramos lo nuestro como si la mirada fuera una propiedad privada. Hemos olvidado que amar, en parte, es una renuncia mínima a nuestro yo. Sin esfuerzo todo se vuelve superficie: vínculos que dura una partida de póker en la que normalmente se va de farol. Y no hablo de perder la identidad, hablo de ceder ante la incomodidad con curiosidad y alegría, con una personalidad propia decidiendo descubrir a otra. Hablo de darse la oportunidad (y el tiempo) de aventurase a lo desconocido.

Yo siempre miro a los animales, porque ellos saben mucho más que nosotros. Ningún animal tiene prisa por despertarse ni ama con un reloj entre los dientes. Sus tiempos llegan a ser burlas a nuestro sistema, y cuando me descubro gritándole a mi perro porque aún no ha aprendido a no ladrar cuando lo dejan solo, no puedo evitar acordarme de mi y de todas las veces que he sentido la soledad como un puñal en el pecho y me he callado, me he autosilencionado, no he ladrado, porque me han dicho que ya debería de haber aprendido a estar sola.

Glenn Albrecht habló de solastalgia, ese dolor que nace al ver cómo la tierra enferma delante de nosotros. Nos creemos más sabios que la naturaleza, más rápidos, más lúcidos, más fuertes. Pero la naturaleza sigue y seguirá ganando la partida, por muchos árboles que talemos, por muchas carreteras que construyamos, seguimos a su merced. Pero nuestra atención está en otro lugar, en nuestros móviles, en pantallas que irradian una luz azul incandescente. La tecnología prometió hacernos más libres, ¿más libres en qué? Quizás ahora somos más rápidos, más eficaces, más productivos, pero la tecnología nos está robando la capacidad de leernos un libro y de seguir mirando la luz azul incandescente que irradia la luna.

Quizá este sea el momento de recordar lo que Panu Pihkala llama el “duelo ecológico”: no solo lloramos por la tierra que se pierde, sino por la humanidad que estamos dejando atrás. Pero en ese duelo también late una posibilidad: podemos detener el paso, copiar el ritmo pausado de mi perro, escuchar el susurro de la tierra que amenaza con destrozarnos, esforzarnos por sostener lo que amamos. Podemos, todavía, aprender a mirar al otro con la paciencia que exige.

No renuncies nunca a la delicada y tediosa tarea de volver a ser plenamente humano.

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