30 Oct WALTER EGO
EL SURREALISMO
“Indica muy mala
fe discutirnos el derecho a emplear la palabra surrealismo, en el sentido
particular que nosotros le damos, ya que nadie puede dudar de que esta palabra
no tuvo fortuna, antes de que nosotros nos sirviéramos de ella. Voy a definirla
de una vez para siempre:
Surrealismo:
«sustantivo, masculino. Automatismo psíquico puro, por cuyo medio se
intenta expresar, verbalmente, por escrito o de cualquier otro modo, el
funcionamiento real del pensamiento. Es un dictado del pensamiento, sin la
intervención reguladora de la razón, ajeno a toda preocupación estética o
moral.»
Esto escribía el poeta André Breton en el año 1924 cuando se forjaron los límites del surrealismo, un término de dudoso significado hasta entonces. El Surrealismo convivió con el Dadaísmo, aunque, en realidad, este último siempre se inclinó más por la destrucción nihilista mientras que el surrealismo derivó hacia la construcción romántica, pero… ¡no me mal interpreten! Comprendan la palabra “romántica” en el periodo histórico en el que se contextualizó: dejar al pensamiento correr sin la intervención de la razón tintaba las historias de cierto toque idílico. Y aunque actualmente nunca asemejaríamos el surrealismo al romanticismo, debemos reconocer que, de alguna manera, siempre ha sido una interesante forma de salir de nosotros mismos.
WALTER EGO
Se hacía llamar Walter Ego y esa noche cometería su vigésimo octavo asesinato. Se levantó a las 08:16 porque las horas exactas le daban miedo, despertarse a las 08:15 habría sido un mal presagio. Encendió el primer cigarrillo del día pero lo apagó a la tercera calada porque el tiempo apremiaba y no quería llegar tarde al trabajo.
Walter Ego trabaja en Day Trade The World, una empresa de trading que se dedicaba a hacer crecer el dinero de personas ricas y aburridas. Se licenció en
economía con sólo 20 años y ahora, a sus 33, ya había conseguido malgastar a conciencia su propio dinero y el de sus padres.
Arrancó su Vespino con prisa, pero no puedo evitar llegar a su oficina al menos con hora y media de retraso. El día transcurrió con la relativa normalidad con la que se sucedían habitualmente los días de la vida de Walter Ego: el único suceso especialmente relevante que aconteció ese día fue que lo volvieron a despedir del trabajo, aunque, por otra parte, este hecho no le resultaba del todo extraordinario.
Esa misma tarde realizó una visita a Cristina, su abogada. El caso de las limusinas aún estaba pendiente de resolver. Cuando llegó al despacho de la abogada, se quitó los zapatos y se sentó cómodamente en la alfombra de cashemir que había en el vestíbulo mientras esperaba su turno. Consultó su Nokia 3310: las 19:20, sólo quedaban 4horas y 40 minutos para el asesinato. -Las 19:20- pensó – hora exacta, menuda mierda de hora.
Hacía ya tres años que a Walter Ego le había tocado un premio en la lotería, 567.000€ que alcanzó a dilapidar en 14 meses y 3 días. Durante ese tiempo consiguió tener una hija y pasar 3 veces por la cárcel. También consiguió hacer realidad su sueño: vivir como un auténtico pirata. Se olvidó de los remordimientos y se convirtió en corsario, en bucanero, en saqueador y en asesino. Usó gran parte de su fortuna en solventar los errores que cometía mientras aprendía a ser un verdadero pirata: salir de la cárcel es caro y entrar en ella por la puerta grande, también.
Su turno. Cristina estaba guapísima. Le dijo que aún debía 23.000€ en alquiler de limusinas y que la empresa le había demandado por impago hacía más de un año. También tenía otra denuncia por defecar en las oficinas de Limusinas Barcelona Grupo Paradise. Llegó un SMS a su móvil, era Úrsula:
“Todo Ok con Sebas, nos espera a las 23:00, ya sabe que no puede aparcar nadie en la puerta del bar. Surtido de besos”
Habitualmente Walter Ego recibía honorarios por los asesinatos que había cometido, aunque se trataba más bien de sumas simbólicas, al fin y al cabo no era un asesino en serie profesional. Él tenía un trabajo mucho más serio. El
asunto era que para ser un auténtico pirata, además de robar tesoros también había que robar vidas.
Pero el asesinato de esa noche era diferente, era el primero ejecutaría de verdad, como lo hacen los auténticos piratas: esa noche mataría por venganza. Y por primera vez la víctima sería alguien quien conocía personalmente. Javier Durán.
La historia de por qué Walter Ego quería matar a Javier Durán no es demasiado relevante en esta historia. Si lo es que a Walter Ego, en el fondo, no le importaba especialmente matar a Javier Durán, solo quería humillarlo, y para Walter Ego no había humillación más grande que perder la vida en público.
-¿Os imagináis?- decía – Que estás es un bar y alguien se acerca a hablar contigo, el típico tío interesante que sabe hablar bien. Te invita a una copa. Comienza a reírse sutilmente de tu polito rosa de Ralph Lauren. Después comienza a utilizar un sarcasmo que pone en duda ese test de inteligencia que tu madre se empeñó en hacerte a los 6 años y que por supuesto concluyó que eras superdotado. Ese tipo empieza a tocarte la cara con leves movimientos rápidos que no comprendes -¿me está pegando?- Tú te empiezas a cabrear, te remangas el polito rosa y le dices al tipo que se vaya. La gente del bar comienza a reírse de ti. A un atisbo de arreglar aquel desastre empiezas a intentar competir intelectualmente con el tipo y la jugada termina con una imagen mental de aquél hombre follándose a tu madre. Te sales de tus casillas, necesitas deshacerte de este gilipollas. Terminas de remangarte la manga del brazo derecho con la mano izquierda, giras tu hombro y tu costado ligeramente hacía atrás y te preparas para noquear al tipo. No sabes cuándo se ha dado cuenta de tus intenciones, pero ya tiene un cuchillo en su mano que clava en tu coronilla con el mismo movimiento que hace un carnicero cuando clava su cuchillo sobre la encimera tras deshuesar a un pollo. Y tú miras a ese tío y este a ti, y luego ves a toda la gente del bar que ha contemplado la escena. El tipo, encima, te quita tu polito rosa de Ralph Lauren y piensas: “soy un pringado”. Luego te mueres.
Walter Ego siempre prefirió ser el tipo que clava el cuchillo.
Tenía que salir del despacho de Cristina ¡ya!. En realidad no había escuchado nada de lo que le ha dicho pero asintió con la cabeza. Pretendía enterarse alguna vez; de verdad, quería salir algún día del despacho de Cristina sabiendo qué o cual papel hay que rellenar para entregar en no sé qué registro, pero,
hasta ahora, nunca lo había conseguido. Por eso le propuso verse él martes de nuevo. Beso en la mejilla. –Adiós Cristina, estás muy guapa”
URSULA
Llevaba preparándolo todo desde las 15:00. Pidió la tarde libre en el trabajo para poder ocuparla a las tareas que debía realizar. Llegó a la oficina de Sixt Car para alquilar un coche y la mujer que había detrás del mostrador le pareció el ser más despreciable que había conocido jamás. Maravilloso. Quería alquilar un Audi TT blanco con los asientos de piel roja y con seguro a todo riesgo. Ya está. Lo devolvería al día siguiente. No era tan difícil. Pero la chica del mostrador parecía no entenderlo.
El Audi TT rugía como un volcán y conseguía hundir suavemente la pequeña espalda de Úrsula en el respaldo del asiento del piloto. No era el mejor coche que había conducido, pero se encontraba bien al volante. Hacía más de 5 años que no conducía y eso le hizo sentir como aquella primera vez en la que, con 13 años, robó un coche para huir de la Casa de Acogida en la que transcurrieron los primeros años de su vida. Primera, segunda, tercera, subió el Paseo de la Castellana sorteando los coches y dejando atrás todos los semáforos en rojo que veía. Solo se detenía si estaban en verde, por aquello de molestar, nada más.
Llegó a casa antes que Walter Ego. Como era habitual, él llegaría tarde. También había contado con ese tiempo.
Lo primero preparar la cena. Úrsula no sabía cocinar, pero si aquella iba a ser su última cena merecía la pena poner todos sus esfuerzos en ella. Sacó el salmón de una bolsa de plástico y lo metió en el horno junto con unos tomates, una masa de hojaldre y 6 uvas pasas. Puso el vino blanco en el frigorífico.
Se duchó, se peinó, se maquilló y se vistió como cuando trabajaba de bailarina en aquel bar de alterne. Luego encendió un cigarrillo y esperó.
EL ROMANTICISMO
Úrsula se acomodó en el suelo y se recostó sobre las piernas de Walter Ego. Él le rodeó el cuello con una mano mientras sostenía una copa de vino blanco con la otra. Tenía unas manos grandes pero delicadas. Úrsula giró su cara para frotarla contra las piernas de Walter. Nunca habrían mostrado esa intimidad en público porque entre ellos nada era insinuante, ni erótico, ni si quiera cariñoso. Pero podía percibirse una intimidad eléctrica que hipnotizaba. Estaban fusionados.
Las raras veces que hablaban por teléfono Walter adivinaba cuando había una sonrisa detrás y le preguntaba a Úrsula – ¿de qué te ríes?- . Muchas noches, si él se quedaba llorando en el salón ella salía de la cama para consolarlo, porque aunque no lo tuviera delante ella sabía perfectamente a que sabían esas lágrimas.
El día que se conocieron, Úrsula estaba trabajando como camarera en una pequeña tasca del centro de Madrid. Tenía el pelo muy oscuro y muy largo. Llevaba un vestido negro que le llegaba a los pies, era pequeña y delgada y se le perdía la vista tras el cristal mientras secaba los platos que acaban de salir del lavavajillas. Pero fue su piel lo que volvió loco a Walter Ego. Úrsula parecía envuelta en una crisálida trasparente, su piel opalina la hacía parecer una criatura de mármol blanco. Más tarde, cuando la conoció mejor, entendería que lo que realmente le hizo perder la vida por ella fue su carácter duro, frío, casi malvado contrastado con su mirada dulce y su suave tacto. Su áspera extravagancia.
Esa noche, Úrsula cometería su primer asesinato, aunque a lo largo de su vida ya había cometido actos mucho más impuros que matar a alguien. El nombre de su víctima era Mónica Lavie.
El VUELO DEL MOSCARDÓN
Walter Ego se incorporó, llevo los platos a la cocina e hizo como si fregara enjuagando un poco la vajilla. Miro el reloj, las 22:15. Se puso el traje de Victorio y Luquino que Úrsula había alquilado para él. Era la primera vez en su vida que se ponía un traje y se sentía el jodido rey del mundo. Ya no era rico, pero lo parecía, no era guapo, pero lo parecía. Sabía que aquella noche sería la mejor noche de su vida, por eso le resultaba imposible dejar de sonreír. -Walter, deja de reírte- se decía a sí mismo. Metete en el papel, hoy eres John Travolta en Pulp Fiction
Entraron en el coche, Úrsula se quitó sus largos tacones de aguja para poder conducir, Walter hizo de copiloto, tenía que ponerle banda sonora a la noche. Por los potentes altavoces del Audi TT comenzó a sonar el interludio orquestal de “El vuelo del moscardón” de Nikolai Rimsky-Korsakov compuesta entre 1899 y 1900 para la ópera “El cuento del Zar Saltán”. Bajó las ventanillas, quería que todo el mundo los mirase.
Llegaron al bar de Sebas a las 23:14, buena hora. Habían hecho un esfuerzo enorme para llegar a la hora exacta, pero de camino se habían encontrado con un viejo amigo de Walter que tuvo la amabilidad de contribuir a aquel asesinato con medio gramo de cocaína que ingirieron en ese momento.
Para cuando entraron en la calle Espíritu Santo ya sonaba el segundo movimiento del vals de un minuto que compuso Chopin en el año 1874, justo dos años antes de morir. Chopin no escribía valses para ser bailados, Robert Schumann decía: «Cada vals de Chopin es un breve poema en el que imaginamos al músico echar una mirada hacia las parejas que bailan, pensando en cosas más profundas que el baile”. Demasiada música para tan poco baile, pensó Walter Ego.
Dos locos perturbados, dementes lunáticos, chiflados, chalados, tarados, y otros muchos adjetivos que terminar en “ados”, se bajaron del coche en la puerta del bar igual que el famoso de turno a punto de desfilar por la alfombra roja. Úrsula acaparó el 80% de las miradas. Su escotadísimo vestido negro contrastaba con su pálida piel. Su larga melena negra. Sus vertiginosos tacones. Esa noche se había vestido para matar.
Percibieron divertidos todas las miradas de perplejidad que los clientes del bar les dedicaron al verlos vestidos como si acabaran de salir de una fiesta privada en casa de Richard Gere. Miradas cómplices. Risas. Resultaba obvio que pretendían desentonar en aquel bar cutre de Malasaña.
Úrsula realizó su primer contacto visual con Mónica Lavie y se establecieron las bases de las que serían las siguientes cinco miradas que se produjeron entre ellas. Todas cortas. Todas intensas. Se acercó a la barra y pidió un Martini doble con soda; sin duda, esa era la bebida que conjuntaba con su personaje, aunque Úrsula odiara el Martini. Walter Ego realizó su primer contacto visual con Javier Durán: una sola mirada, no necesitó ninguna más.
EL SURREALISMO
A las 00:03 Walter Ego salió del bar, se volvió a subir al Audi TT, encendió un cigarro y esperó a que Úrsula saliera con las cintas de las cámaras de seguridad. De fondo ahora se escuchaba la dulce melodía de las sirenas de policía mezclada con un el sonido grave del tintineo de la ambulancia. Úrsula entró al coche descalza, con un solo zapato en la mano, pero con su larga melena inmaculadamente intacta, estaba guapísima. Bromeó sobre las pintas de Walter Ego y su traje, ¡menudo pringao!. Walter se quitó la chaqueta y la corbata, arrancó, metió primera y acelero para tirar al suelo la Vespino roja que Javier Durán había aparcado justo enfrente del Audi TT, marcha atrás de nuevo, primera otra vez. Cuando Úrsula dejó de reírse de su traje y de la moto destrozada de Javier Durán, decidió que era un buen momento para empezar la falsa huida.
Tristes policías, creyéndose importantes intentando atrapar a dos asesinos que conducen hacía la cárcel de Alcalá Meco.
¿Te imaginas su cara?- decía Walter – llevamos ocho coches de policía y un helicóptero detrás de nosotros. Llevan siguiéndonos más de 20 km por la A2 pensando que nos cogerán antes de llegar a frontera con Francia para llevarnos directos a Alcalá Meco. Habrán gastados más de 20.000€ en poner a funcionar un helicóptero que volverá al punto de origen del que partió. Pobres funcionarios. Pon algo de música.
Kilometro 4,8 de la carretera de Alcalá. Walter Ego piso el acelerador a fondo, sabía que los viernes estaba Tony de guardia, un buen chaval, se alegraría de verlo. Arrambló con la barrera de seguridad 1 y con la 2. A las puertas de la penitenciaría giro el volante mientras tiraba del freno de la mano. Polvo
mezclado con olor a azufre y a cárcel se levantó del suelo. Una nube de sucias partículas polvorientas entró por las ventanillas del coche. Las sirenas seguían sonando. También sonaba la Tocata y Fuga en re menor de Juan Sebastian Bach.
Salieron del coche entre focos, luces y un falso silencio. Entraron en la cárcel ante la mirada atónita de los policías a las 00:45 de la madrugada. Las escaleras de subida eran largas, así que Walter cogió a Úrsula en brazos cual princesa en su noche de bodas. Ella se agarró con dificultad a su cuello mientras sostenía su zapato de tacón con una mano y su botellín de cerveza con el otro. La sangre de la camisa de Walter le manchó la cara.
Úrsula entregó las cintas de las cámaras de seguridad del bar de Sebas a la policía. Después les colocaron las correspondientes esposas, algo que les mantuvo entretenidos durante la hora y media que tuvieron que esperar a que un funcionario saliera de la sala de visionado. Jugaron a los presos contorsionistas y a los carceleros esposados. Risas. Muchas risas. Sobre todo porque sabían que se agotaba el tiempo de estar juntos; pronto los separarían.
Lo que aquel policía viera o no en las cámaras de seguridad tampoco es relevante para esta historia. Solo dijeron que hallaron dos cadáveres, ambos muertos a las 12 en punto de la noche del 11 de julio de 2017, ambos por una herida en la cabeza, el chico tenía un cuchillo clavado en la coronilla, la chica un tacón de aguja Manolo Blanic también en la coronilla.
Walter Ego y Úrsula prefirieron vivir la vida en el bando de los vivos y eso siempre conlleva hacer realidad el dictado del pensamiento, no dejar intervenir a la reguladora razón y despreocuparse de cualquier dogma estético o moral. O lo que es lo mismo, vivir en un eterno surrealismo.
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