30 Oct MIKI
Siempre he soñado con viajar en moto. Y que la moto se rompa. Y subirme a uno de esas camionetas que van llenas de gente y ser una más entre la gente de color. Y que mi blanca piel me delate y los viandantes se pregunten qué hace una turista en esa camioneta.
Supongo que en algún momento eso pasó, quizás no eso exactamente , pero pasaron otras. Un día se decidió que el tiempo se contabilizaría en horas, minutos y segundos, y más allá estarían los días, las semanas, los meses y los años. Y a todos nos pareció bien. Según el sistema convencional por el que se mide el tiempo esta historia duró 3 meses, aunque la realidad sea muy diferente.
CAPÍTULO 1. Cóctel molotov
- –Quiero un bocadillo de jamón– dijo Miki
- –Pues aquí no hay jamón Miki
- –Pues quiero un barco giganteee – insistió
- –Eso suena mejor!
- –Te vienes conmigo Clara? Lo dejamos todo y nos quedamos aquí para siempre, en Tailandia, tú y yo. Surcando los mares
- –No suena mal, pero creo tener planes mejores– concluyó Clara.
Esto último lo dije porque había que decir algo así, porque no se puede entregar tu corazón a alguien que acabas de conocer, aunque te proponga aquello que siempre has deseado. Sobre todo si quien lo dice es Miki, si lo conocieran lo entendían. Se habría montado en ese barco conmigo o con cualquiera dispuesto a VIVIR, en mayúsculas. Luego se aburriría y jugaría a otro juego . El día que conocí a Miki yo estaba jugando a la damisela en apuros y él jugaba a lo de siempre, a exprimir la vida y beberse el zumo.
Ese día fue un martes 3 de marzo de 2014 y después de 2 meses en Ko Phi Phi se aprende a sobrevivir a lo bestia. No necesite a Miki cuando mi moto se rompió, pero que aparezca un chico guapo, rubio y sin camiseta, nunca está de más. Hoy es 22 de abril de 2015, según el calendario. En teoría, ya ha pasado más de un año desde esta historia, pero yo me quedé ahí, en un martes de marzo de 2014.
El amor es como un cóctel molotov que explota cuando menos lo piensas. El nombre de estas bombas se lo inventaron unos finlandeses que fueron incapaces de saber cuáles eran las armas incendiarias que componían la bomba, y la palabra “cóctel” es una de esas palabras comodín que sirve para nombrar a algo que no sabes muy bien que es, o que es difícil de explicar. Después de un año he conseguido saber cuáles fueron los ingredientes de nuestro cóctel molotov y aún me pitan los oídos cuando recuerdo el sonido de aquel martes en el que estalló la bomba: un gran sentido del humor, un punto de prohibición, muy poca vergüenza y un corazón enorme. Y entonces, BOM!
CAPÍTULO 2. La bomba nuclear
Y estalló la bomba que terminó con todo, y que dejó unos efectos irreversibles que contaminaron la zona 0 por siempre jamás.
Así fue como Miki se convirtió en el capitán del barco en el que yo no estaba, en un país muy lejos del que algún día fue el nuestro. Y se fue a seguir exprimiendo frutas y a beber ron. Quería ser un hombre de provecho, decía, y dejó el paraíso para volver a trabajar.
- –Hay que hacer algo Clara, sino que?
- – Sino nada. Vete y haz tu vida.
Pero no estaba enfadada. Porque el amor real es una balsa de agua inocente. Y fue cuando el ya no estaba cuando comenzó nuestra historia de amor, porque el amor feliz no tiene historia y las perdices siempre se comen fuera del cuento.
La honda expansiva que dejó Miki supero los 20km de isla en la que me encontraba, atravesó países y volvió a romper la barrera del tiempo, sobre todo porque nunca se terminó de ir. Cuando acababa con las barricas de ron me llamaba para recordarme que se sentía en deuda conmigo por haberlo salvado, por cuidarlo, por protegerlo, por hacerle reír y por follármelo como a un rey. Por que yo soy su casa, decía, porque le di un hogar cuando no tuvo donde ir.
- Te echo de menos Clara, tengo muchas ganas de verte, ¿donde estás?-le preguntaba por teléfono.
- Sigo en Tailandia, creo que estamos muy lejos el uno del otro.
- Ven a verme a mi barco, estoy en un sitio espectacular, te encantaría.
Claro que si, porque si alguien tenía que ir a buscar a Miki era yo. ¿Cómo iba él a moverse?
El tenía ganas de verme, y yo sin embargo no había dejado de verlo desde que se fue. Yo no lo echaba de menos, a mi él me sobrara. Lo veía cada día que cruzaba el puente de Obregón en moto y pasaba demasiado deprisa por encima de una alcantarilla y su vocecita me decía “un día te la vas a pegar”. Cada vez que iba al pueblo y pasaba por delante del Hostel donde dormía y miraba a la ventana de su habitación pensando que el aún estaba allí. El estaba en el chiringuito de Malai, donde nos tomamos la primera cerveza y el me dijo que era un soltero empedernido y que no bebiera de su oasis para no ver ilusiones. El estaba conmigo todos los días de olas buenas, sobre todo cuando había tubos. Lo veía cada día que bajaba a Nui Beach. El estaba cuando abría un aguacate y me acordaba de lo mucho que le gustaban. Me acordaba de él cada noche que yo ocupaba su lado del sofá. Está en el Leggis, en la piscina, y lo veía surfeando en Patong al atardecer. Me lo he encontrado en millones de wantung comiendo arroz y me he cruzado con él en la moto por la carreta que sube de Hat Kata todos los días.
Por eso me quedé allí, en nuestro lugar, cerca de él. Porque marcharme de allí significaría hacer que el tiempo volvería a correr. Salir de allí sería salir de la zona 0.
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